Clostridioides difficile
Clostridioides difficile más comúnmente conocido como Clostridium difficile es un bacilo gram positivo, anaerobio estricto, formador de esporas que le permiten su supervivencia en aguas, suelos y en ambientes hospitalarios, donde puede permanecer hasta años. Inicialmente, fue descrito en 1935 como un agente normal de la microbiota intestinal de recién nacidos sanos.
Características clínicas: Su transmisión por vía fecal-oral convierte al personal de la salud, objetos médicos y superficies infectadas en una importante fuente de infección intrahospitalaria llegando a considerarse, actualmente, el principal agente causal de diarrea nosocomial asociada al tratamiento con antibióticos.
El cuadro clínico de la infección por C. difficile (ICD) puede ir desde portadores asintomáticos a una diarrea leve, colitis o una colitis pseudomembranosa y megacolon tóxico con riesgo vital.
Así, la ICD se clasifica según su severidad. Esta clasificación es fundamental ya que va a determinar el tratamiento que se utilizará.
Diversos factores de virulencia se asocian al desarrollo de la enfermedad. Los más conocidos son las toxinas A y B, codificadas por los genes tcdA y tcdB, respectivamente y la toxina binaria.
La presencia de estas toxinas varía en las diferentes cepas de C. difficile y se piensa que la presencia de una o varias de ellas podrían actuar de forma sinérgica llevando situaciones más o menos severa de la infección por C. difficile.
Diagnóstico: El diagnóstico de una ICD en un tiempo corto y de manera certera es fundamental tanto en el manejo del paciente como en la toma de medidas de aislamiento, limitando así la posibilidad de un brote nosocomial.
El diagnóstico preciso comprende diferentes técnicas desde cultivo toxigénico a técnicas moleculares (como la PCR) y su uso depende del algoritmo de trabajo establecido en el laboratorio. Sigue siendo frecuente realizar pruebas de inmunoensayo enzimático para detectar la presencia o no de GDH (antígeno común producido por C. difficile) y también la detección de las toxinas A y/o B. No obstante, hay que tener presente que la detección de GDH por EIA muestra gran variabilidad en su rendimiento, dependiendo de la prevalencia de la ICD, con hasta 15% de falsos negativos.
Actualmente el uso de técnicas moleculares, como la RT-PCR, que permiten la detección directa de las toxinas A, B y toxina binaria, están siendo implantadas en los algoritmos de trabajo y recomendados como método diagnóstico teniendo en cuenta su alto valor predictivo positivo (80-95%) y predictivo negativo (96-99%).
Tratamiento: El tratamiento a indicar se basa en la estratificación de la severidad de la ICD y paradójicamente es con la prescripción de antibióticos. Se debe evitar la exposición a otros antibióticos no seleccionados para tratar la ICD, a menos que estén absolutamente indicados. El uso continuado de antibióticos para infecciones diferentes a ICD se asociaba a mayor riesgo de recurrencia. Junto con esto, se recomienda evitar el uso de agentes antiperistálticos ya que pueden enmascarar los síntomas y precipitar un megacolon tóxico.